Blogia
Merece la pena.

Cómo hemos cambiado.

Creo que tenía unos diez u once años. Nos reunieron a todo el colegio en una sala grande para darnos una charla sobre las ventajas de cuidarse los dientes como es debido. Una parte de la demostración requería a un voluntario que fuera a lavarse los dientes en ese momento, y al volver masticaba una especie de chicle que coloreaba las zonas que no había cepillado correctamente. El chico que se ofreció no podía ser otro que Ricardo, el más "moderno" del colegio por aquel entonces. Dos años mayor que yo. La mitad de las chicas enamoradas perdidamente de él. Yo, por supuesto, no me hubiera atrevido a salir delante de tanta gente.

Bueno, a lo que voy. Este mensaje no va sobre higiene bucodental, sobre mi timidez infantil, ni sobre amores platónicos de mi juventud (aclaro que no me hacía especial gracia el tal Ricardo). Mi intención no es otra que dejar constancia de la ENVIDIA que me invadió el cuerpo aquel día porque al chico aquel le regalaron el cepillo de dientes y la pasta que utilizó en el experimento. En aquel momento, estar en su pellejo se me antojó algo muy cercano a la felicidad.

3 comentarios

Nere -

Jajaja, muy bueno el último comentario, me incluyo dentro de ese porcentaje.

Es increíble, visto en perspectiva, como pudieron ser de grandes aquellas pequeñas cosas.

Anónimo -

Tu yo yo amiga mía somo de ese triste 95 por ciento de escolares a los que nunca les toca nada en el sorteo, nunca son seleccionados para salir en la tele y siempre terminan la colección de cromos más tarde. Como te odiaba Jaime...

Carolina -

Tienes un maravilloso don, y es que hasta lo mas insignificante resulta enternecedor e increiblemente dulce cuando tu lo cuentas.