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Merece la pena.

Gente

Viaje de vuelta.

Un trayecto de nueve horas en un vagón de tren lleno hasta los topes. Por todos lados, caras entre tristonas y melancólicas por vacaciones que se han pasado volando, por gente que se ha dejado atrás o por la pura y simple vuelta a la rutina diaria. Muchos duermen, incluido mi compañero de viaje. Me pongo los auriculares y trato de concentrarme en la película que echan, pues por una vez he tenido suerte y no es ni mala, ni repetida.

Siento un golpecito suave en mi brazo izquierdo y me giro. Desde el otro lado del pasillo, una señora muy vieja y muy sonriente extiende hacia mí un enorme bocata de salchichón, mientras me dice con voz muy dulce: "¿quieres un poquito?"

A punto he estado de levantarme y plantarle un beso tremendo en la mejilla.

La cafetería de Chari.

Apenas lleva unos meses abierta, pero Chari, la dueña, ya saluda a los clientes por sus nombres.

El segundo día que vas y pides un café, ella se para un momento y te dice: 'Ah, sí, a ti te gustaba corto de leche y sin azúcar, ¿verdad?'

Si pides un croissant te lo calienta (sin preguntar), mientras murmura algo parecido a que 'calentito está más bueno'.

Hoy entró una chica preguntando si tenían tartas. Chari contestó: 'Sí, pero sólo de gominolas'.

Y digo yo: ¿No pueden hacer una ley, o algo, que obligue a todos los cafés del mundo a ser así?

El yogur es lo de menos.

Jose dice que vaya memoria más impresionante que tengo. No tiene nada de especial, de hecho es bastante absurda. Vuelvo a recurrir al formato dramático.


COCINA DE MI CASA. INTERIOR. NOCHE. (Hará unos cinco o seis años)

                                        MARIAJO:

                    Hay yogures, ¿te apetece uno?

                                        JOSE:

                    Vale.

                                        MARIAJO:

                    ¿De qué lo quieres?

                                        JOSE:

                    Ah, me da igual. De lo que más te guste a ti.


Quedaos con esa última frase. Una persona despreocupada diría "De lo primero que pilles". Una indecisa, simplemente incidiría en el "Me da igual". Una racional, por ejemplo "De lo que a ti no te guste (y así lo que te guste te lo tomas tú, ya que al fin y al cabo a mí me da lo mismo)".

Cuando Jose dijo "De lo que más te guste a ti" resumió en esa frase tan aparentemente simple, y por supuesto sin darse cuenta, toda su visión lúdica de la vida. Y eso es, quizá, una de las cosas que más me gustan de él.

Él y ella.

A veces, a fuerza de cruzarte con las mismas personas todos los días, algunas de ellas entran a formar parte de tu vida sin que te des cuenta, y el día que no los ves te sorprendes a ti mismo pensando en ellos de repente.

Ella es una chica joven, morena, muy pero que muy guapa. Él es delgado y alto (mucho más que ella), joven también y algo desgarbado, todo piernas y todo brazos. No te das cuenta en el primer momento, pero poco después se hace evidente que sufre algún tipo de retraso mental.

Cuando bajan del autobús, siempre juntos, él se detiene unos instantes y busca la mano, el hombro o el cuello de ella para apoyarse. Una vez que lo encuentra echa a andar, y su rostro y su sonrisa te dicen que no, que ya no puede pasarle nada malo. Con ella a su lado, él se siente seguro.

A veces, te gustaría que esas personas siguieran formando parte de tu vida para siempre.

Qué facil es ser feliz, a veces.

Vas leyendo, como de costumbre, en el autobús. Esa tarde no estás de demasiado buen humor por el trabajo, o por el día que estás teniendo. De pronto una anciana te golpea la pierna al pasar, sin querer. La ves, tan chiquita, y le ofreces el sitio. Que no. Que sí. Que no. Que sí. Al final se resiste, creo que porque no quiere que pienses que te ha golpeado adrede. El caso es que encuentra un sitio en frente, con lo cual vuelves a tu lectura. Levantas la vista y te das cuenta de que su marido, igual de viejito, está a su lado y aún de pie. Le vuelves a ofrecer el sitio. Que no. Que sí. Que no. Que sí. También se resiste, porque es un galán y eso no lo vas a cambiar tú a estas alturas.

Se bajan del autobús. Su compañera de asiento te dice: 'te está diciendo adiós'. Miras por la ventana y la ves a ella mandándote besos con la mano.

Y ya no te quita nadie la sonrisa en toda la tarde.

Comi-trágico.

Entro en el autobús. Hay varias personas de pie, por lo que me sorprendo de mi suerte al encontrar un asiento vacío al lado de un anciano. Nada más sentarme, comprendo el porqué. Se trata de un hombre más que peculiar, de los que tendemos a evitar por temor, vergüenza ajena o, simple y mero acto reflejo. Lleva sombrero, al que ha malpegado una pequeña plumita de tela arrugada a lo Robin Hood. Viste chaqueta a cuadros, chaleco y corbata amarilla. Empuña bastón.

Abro mi libro, pero no leo nada. Lo observo por el rabillo del ojo. Y permanezco atenta a todo lo que hace.

De pronto empieza a hablar lo suficientemente alto para que lo oigamos todos los pasajeros que estamos a su alrededor. Mantiene una conversación natural, como si todos lleváramos media hora juntos tomando un café. Sólo que no se molesta en esperar a que nadie le conteste. Cuenta chistes, uno detrás de otro. Cuando no se ríe nadie los explica, por si alguno más torpe no lo ha pillado bien. En realidad mezcla un poco de todo. Saca de su bolsillo un dibujo de una joven que al girarse se convierte en anciana. Un recorte de periódico amarillo de una mujer negra con cientos de aros de metal en la cara. Incluso cuenta un problema matemático (el de los tres hombres que van a un bar, ponen 10 pesetas cada uno y al final el cambio no cuadra) que sólo yo parezco identificar por la de veces que se lo he oído a mi madre.

A nuestro alrededor, la mayoría de la gente se burla de él. Pero no parece importarle lo más mínimo.

Y entonces pasa: repite el mismo chiste que acaba de contar un minuto antes. Las sonrisas se nos congelan. Me viene a la cabeza lo que dijo Alberto hace unos días sobre la soledad. Y me digo a mí misma que tengo que escribir sobre esto.

A un chico alto con gafas (o "Quien te conoce, lo sabe")

Enhorabuena por esas ciento y pico páginas con portada. Una obrita que si tuviera que describir con un solo adjetivo, calificaría, sobre todo, de inteligente: ¿qué fue antes? ¿la idea? ¿la subvención? ¿el huevo? ¿la gallina?

Gracias por la hora de poesía que me brindaste hace ya más de un mes, un lunes o un martes entre la una y las dos de la madrugada. Nunca antes he llevado ojeras al trabajo con tanto orgullo.

Enhorabuena por haber encontrado a una chica con la que compartir tantísimas cosas.

Gracias por organizar talleres en los que se leen signos de puntuación, por ir a Canadá y leer libros raros, por hacer dibujos que Josefina pueda colorear y por enseñar español a una señora a la que se le olvidan las cosas.

Gracias, en resumen, por infundarnos a los demás tantas ganas de vivir aunque sea sin darte cuenta.

Y perdona por haber tardado tanto en dedicarte este mensaje.

Arrepío friki.

Hoy he conocido a Terry Pratchett.
Entre otras cosas, le pedí que me firmara la tapa de mi cuaderno rojo de cuadros.
Decididamente, este hombre no debería quitarse el sombrero nunca. Hay que ver lo que le luce.

Una pequeña sorpresa.

Andaba por aquí distraída ordenando un poco el salón con música de fondo. De pronto, ha aparecido una de esas canciones que te pillan de sorpresa y te alegran un poco la vida.

Es "Agüita del querer", del disco de Martirio y Chano Domínguez. Disco, por otro lado, absolutamente recomendable.

Os dejo el estribillo como "entrante", pero la dulzura con que está cantada no se puede reflejar con palabras. Hay que escucharla.

Y es que un sorbo te pedí
del agüita del querer.
Y al beberla yo sentí
de quererte mucha sed.

Era dulce al empezar
y amarguita fue después.
Y me falta voluntad
Pa' dejarla de beber.

Poco a poco he de morir
si veneno pa' mi fue.
Que en tus labios yo bebí
el agüita del querer.

Una pequeña sorpresa.

Andaba por aquí distraída ordenando un poco el salón con música de fondo. De pronto, ha aparecido una de esas canciones que te pillan de sorpresa y te alegran un poco la vida.

Es "Agüita del querer", del disco de Martirio y Chano Domínguez. Disco, por otro lado, absolutamente recomendable.

Os dejo el estribillo como "entrante", pero la dulzura con que está cantada no se puede reflejar con palabras. Hay que escucharla.

Y es que un sorbo te pedí
del agüita del querer.
Y al beberla yo sentí
de quererte mucha sed.

Era dulce al empezar
y amarguita fue después.
Y me falta voluntad
Pa' dejarla de beber.

Poco a poco he de morir
si veneno pa' mi fue.
Que en tus labios yo bebí
el agüita del querer.

Una pequeña sorpresa.

Andaba por aquí distraída ordenando un poco el salón con música de fondo. De pronto, ha aparecido una de esas canciones que te pillan de sorpresa y te alegran un poco la vida.

Es "Agüita del querer", del disco de Martirio y Chano Domínguez. Disco, por otro lado, absolutamente recomendable.

Os dejo el estribillo como "entrante", pero la dulzura con que está cantada no se puede reflejar con palabras. Hay que escucharla.

Y es que un sorbo te pedí
del agüita del querer.
Y al beberla yo sentí
de quererte mucha sed.

Era dulce al empezar
y amarguita fue después.
Y me falta voluntad
Pa' dejarla de beber.

Poco a poco he de morir
si veneno pa' mi fue.
Que en tus labios yo bebí
el agüita del querer.

Una pequeña sorpresa.

Andaba por aquí distraída ordenando un poco el salón con música de fondo. De pronto, ha aparecido una de esas canciones que te pillan de sorpresa y te alegran un poco la vida.

Es "Agüita del querer", del disco de Martirio y Chano Domínguez. Disco, por otro lado, absolutamente recomendable.

Os dejo el estribillo como "entrante", pero la dulzura con que está cantada no se puede reflejar con palabras. Hay que escucharla.

Y es que un sorbo te pedí
del agüita del querer.
Y al beberla yo sentí
de quererte mucha sed.

Era dulce al empezar
y amarguita fue después.
Y me falta voluntad
Pa' dejarla de beber.

Poco a poco he de morir
si veneno pa' mi fue.
Que en tus labios yo bebí
el agüita del querer.